Uno sabe que la muerte es
paciente y que se mantiene perseverante en la espera. Uno lo sabe, y aún así,
siempre decimos que no nos coge preparados. Cuando viene nunca llega sola. Le
acompaña el dolor por la pérdida de lo que se va y uno sabe que no va a volver
jamás. Nunca vuelve lo que la muerte se lleva, y tomar conciencia de eso
siempre es doloroso. Duele lo que se pierde porque se van cosas importantes
para la vida que uno se va construyendo. Se van puntales, se van referentes;
que es lo nosotros entendimos que era para nosotros José María Montoya López
cuando hicimos la exposición a la que le pusimos ese nombre: “Referentes”.
Perdemos una presencia serena e
inteligente que te reconfortaba con saber solamente que estaba ahí presente y
preparado para intervenir en el momento oportuno con justicia y valentía. En
nuestras tertulias y reuniones fue más que un acompañante, un apoyo, un
cómplice. Estaba con el peso propio y el valor que toman los hombres que se
construyen con verdad, con autenticidad, con sinceridad, con lo que nosotros
entendemos que podemos llamar pureza. En nuestras últimas tertulias -que fueron
las de sus últimos años- lo disfrutamos tal como quiso mostrarse a la vez que
entregarse, porque nunca se tapó. Se entregaba a la reunión porque estaba a
gusto. Recordaré siempre una mirada suya de aprobación y complicidad cuando
alguien dijo de sí mismo que en aquellas reuniones se encontraba como en pocos
sitios y con muy poca gente: porque no tenía ni que defenderse de nadie y que
demostrar nada a nadie.
En esas últimas reuniones lo
disfrutamos con ese valor añadido que tienen esas pocas personas que ya han
hecho lo que tenían que hacer, que ya han cumplido con el mundo y con la vida y
que aún mantienen viva la llama de la ilusión por las pocas cosas que la vida
les ha enseñado que merecen la pena seguir entregándose y luchando por ellas.
Tenía ese estigma indeleble del que le ha visto la cara a la muerte y está de
vuelta en la vida para entregarse a lo que de verdad tiene valor. Los que le
escuchamos y lo disfrutamos no podemos
olvidar la fuerza y la contundencia que tienen las opiniones y los
consejos que nacen de la serenidad y la fuerza del que ha ganado el pulso a la
muerte.
Duele saber que Tate se ha ido
para siempre. Intentamos consolarnos con el buen recuerdo de una gran persona.
Uno piensa que si es verdad que la memoria puede hacer que la justicia triunfe
para que el mundo sea cada vez mejor, para hacer eso hacen falta personas que
sepan ganarse el respeto de propios y extraños con formas de vida ejemplares.
Hemos perdido un hombre de respeto y así lo recordamos.
Tan paradójico como saber que uno
nace y vive para morir, es saber que el dolor de la pérdida es mayor cuanto más
se disfrutó de lo que se tuvo y ahora se ha perdido para siempre. Esta es una
de tantas certidumbres dolorosas. Es dolorosa la pérdida de quien se entregó
sin reservas; de quien fué generoso en la confianza de que hacía lo que tenía
que hacer porque estaba con los suyos, con los que lo habían elegido a él y él
mismo los había elegido. Por eso uno no llora porque sí cuando recuerda esos
últimos cantes en los que se nos entregó con tan pocas fuerzas ni facultades
como con tanto exceso de entrega y sentimiento de quien no tiene ni que
defenderse ni demostrar nada. Nos daba lo que tenía: conocimiento y sabiduría
de la vida; la verdad y la valentía del generoso; lo que nosotros llamamos
pureza.
Viernes, 24 de mayo de 2013.
Tertulia de Flamenco y Temas Gitanos de Utrera.
Tertulia de Flamenco y Temas Gitanos de Utrera.