miércoles, 23 de julio de 2014

Miguel Vargas Jiménez "BAMBINO"

UNA FIESTA DE RUMBO
Ya lo dije una vez parodiando a la quinteriana Coralito, de "El genio alegre": "En Utrera se da un zapatazo y salen siete artistas"
Y un zapatazo, al compás de su guitarra maestra, fue lo que dio Diego el del Gastor, cuando en el mismo suelo -que todo el mundo lo vio- brotó un artista. No salieron siete, pero salió uno que valía por siete.
La cosa ocurrió hace casi diez años, en uno de los primeros "Potajes gitanos" celebrados en Utrera. Bailaban en el centro los ya conocidos. De pronto, por debajo de una mesa, se deslizó un chiquillo que estaba a nuestras espaldas y, sin muleta alguna, como el más decidido de los espontáneos, se coló y formó el alboroto en el redondel de la fiesta.
Diego el del Gastor , que estaba junto a Mairena, le dijo:
- La gracia que tienen estos gitanos de Utrera, no la tiene nadie.
El que bailaba era Miguelito Vargas Jiménez, hijo de Frasquita y de Chamona, nieto de Diego el de Gaspar, y sobrino de Manolito de Angustias. "¡Casi ná!"
Y aquel Miguelito espigado, simpático, moreno apretadillo, de 1,70 de estatura y con menos carne que la "y" griega, es el que acaba de dar una fiesta en Utrera de las que hacen época. Porque resulta que aquel Chamona se llama hoy, artísticamente hablando, Bambino. Un nombre que ha revolucionado el mundillo del arte gitano.
Cuenta veinticinco años. Ha grabado ya siete discos, actuó en televisión, tiene un contrato para América y ha sido -y es- número uno en las mejores salas de fiesta de la capital de España.
El primer dinero que ganó fue para comprar una casa a los suyos y quedarse con el traspaso de la barbería en la que su padre, un gitano fundido en los crisoles de la más pura gracia, se gana la vida honradamente al son de las tijeras. Y el segundo dinero ha querido gastárselo en una fiesta por todo lo alto, ya que tenía ganas de estar un rato a gusto entre los suyos.
Se organizó un bautizo pensando en el noveno hijo de Cuchara, gitano simpático que está siempre deseando servir a sus amigos. Pero he aquí que cuando todo estaba a punto, Cuchara se larga a los Madriles con una galga -que por cierto lleva su nombre- a unos campeonatos. Bambino se quedó compuesto y sin niño. No se enfadó. Lo tomó deportivamente, como ahora se dice. Tan deportivamente que, cuando alguien dijo que parecía mentira que Cuchara hubiera preferido una galga a su hijo, Bambino contestó:
- Hombre... Es que niño "tié" nueve. Y galgas no "tié" más que esa.
Miguelito tenía que salir para Madrid y aquel mismo día se fue a la iglesia. En ese momento -casualidades de la vida- bautizaban a un niño. Bambino se ofreció como padrino y el padre de la criatura, a la que pusieron Juan Miguel, aceptó encantado.
Y se celebró la fiesta. Y Chamona, que tenía ganas de bailar y cantar, armó el taco. ¡Lo que se dice el taco!
Electrizó a los reunidos de tal forma que hubo más de uno que se tiró de los pelos oyéndole. Su voz y su baile son totalmente revolucionarios. Se sale del ritmo y se entra cuando le da la real gana. Pero, eso sí, nunca pierde la cara al torillo del cante.
Lo mismo le da que la música sea flamenca o ye-yé, porque este Chamona -que no fue en su vida a una academia ni se somete a molde alguno- es capaz de cantar y bailar, con aires de bulerías, la mismísima "Quinta Sinfonía" de Beethoven.
La fiesta duró hasta bien entrada la mañana. No faltó ni gloria, y en ella, todos a gusto, actuaron Perrate, Inés, El Feongo, Pepa de Utrera, el Marquesito, Pepito Priego, el Turronero... El apoteosis -todos parecieron incendiarse- fue cuando Miguel bailó con sus padres.
Una fiesta que no olvidaremos nunca. Un bautizo en el que, a última hora, hubo cambio de niño. Pero no de padrino, un padrino rumboso hasta reventar.
Y es que, como decía Diego el del Gastor, hace diez años: "La gracia que tienen estos gitanos de Utrera, no la tiene nadie"
SALVADOR DE QUINTA